
De repente, al mirar hacia arriba divisó la cúpula de la catedral. Majestuosa, luminosa, perfecta, con una simetría digna de un panal de abejas. Y sin saber por qué de pronto se preguntó qué era lo que estaba haciendo allí. Allí en medio de toda aquella gente que miraba los muros, los cuadros, las vidrieras... gente que, distraída, se chocaba entre ella, gente que vagaba entendiendo más bien poco y hablando más bien mucho.
Y sin pensarlo dos veces, sin poder evitarlo, abrió los brazos y se elevó del suelo, se elevó más y más y, rompiendo el cristal, se escapor la ventana de la cúplula que hacía sólo un instante contemplaba desde el suelo...